Terremoto en Nepal
La capa sólida más externa del planeta Tierra, esa sobre la que apoyamos nuestros pies y que los geólogos llaman litosfera, no es continua. Está formada por fracciones acopladas entre sí, como si se tratara de un gigantesco mosaico cuyas teselas son las placas litosféricas.
Pero esas placas no son invariables. Muy al contrario, están en un continuo ir y venir, como derviches telúricos bailando una danza sin fin, ejecutada al ritmo que les marca la actividad interna del planeta. Ahora bien, el metrónomo que mide el tempo de esa música, está regulado en términos de tiempos geológicos, es decir, en millones de años. Por eso los cambios no son apreciables durante la cortísima duración de una vida humana. Ni tan siquiera en el periodo de tiempo que abarca la historia de la Humanidad. No hace más de 10.000 años que nuestros antepasados descubrieron la actividad agropecuaria, apenas un chispazo comparados con los 4.500.000.000 años que abarca ya la historia de la Tierra.
Afortunadamente, para los pobres y engreídos humanos, muy pocos son los pasajes de la partitura terráquea que se ejecutan en “tempo allegro fortississimo”, solo los fenómenos tectónicos llamados volcanes y terremotos. Y no toda la litosfera los baila en ese tempo, solo los bordes de contacto entre las placas colindantes.
